La expresión “no poder vivir sin…” es muy maximalista. Y en términos de estrategia digital, si digo que “No puedo vivir sin mi CRM” suena un poco exagerado.
Pero una herramienta CRM, las tres siglas en inglés de Customer Relationship Management, no es más que la versión moderna de las fichas escritas que se utilizaban hace poco tiempo.
Una ficha para cada cliente. Con toda la información relevante.
Información centralizada en una ficha guardada alfabéticamente.
Un CRM, sí señor.
CRM, cliente.
Nuestra empresa considera al cliente como un activo importante. De ahí la necesidad de disponer de esta herramienta. Y en formato digital, mejor.
Más eficiencia, más control, más productividad.
Más información, más capacidad de proceso de la misma, más personalización.
Campañas comerciales dirigidas, individualizadas. Más probabilidad de tener más ventas.
Mayor interacción y diálogo. Mayor fidelización.
Es la base del conocimiento de la empresa, al menos de la parte comercial.
Una PYME o un profesional con un CRM bien gestionado, no tiene rival. Vende y gana dinero. Y más que la competencia.
Pero, ¿es eso posible?
En el 95% de los casos, no.
Y casi nunca es culpa de la empresa o del profesional.
Es culpa del propio concepto de CRM y de lo que arrastra con él.
¿Os acordáis de la frase “cada maestrillo tiene su librillo”?
Pues cada pyme, cada profesional, cada empresa tiene su CRM.
Pero no lo sabemos. O no queremos reconocerlo. Y así les va.
No, así nos va (y me incluyo)
Un CRM debe ser amplio, variado, flexible, maleable, modificable, reconstruible. Para adaptarlo a nuestra empresa, a nuestro negocio, a nuestra forma de trabajar.
Pues sí, hay tantos CRM como granos de arena en una playa.
Llámame exagerado. Pues sí.
Pero no por eso debemos obviar la necesidad de tenerlo, adaptarlo y usarlo.
Sólo que aprovechemos el 25% de su potencial estaremos haciendo mucho más que la mayoría.
Y pronto os lo demostraré.
Autor: Jordi Sabater